Libertalia


Por Antonio Cabrero Díaz

Hola amiguitos y amiguitas de PB digital, aquí estamos otra vez. Estaba en casa limpiando cuando de repente la primavera atacó mis sentidos y me salió lo que a continuación van a leer. Pero antes de que sientan, pueden hacer un alto, si les apetece, en una idea que se me ha ocurrido para ayudar al gobierno a rebajar el déficit. Es la siguiente:

“Matar a los viejos”

Las democracias tienen el objetivo de mantener el dominio empresarial y no dejar que participe el pueblo salvo para votar cada cuatro años. Yo he sido malo, y echándole arrestos se me ha ocurrido una idea para cuadrar las cuentas del estado, y de esta manera seguir manteniendo los privilegios de las élites con nuestro esfuerzo y dinero.

Una medida que puede adoptar el actual gobierno, que apenas se iba a notar, es la de matar a los viejos una vez hayan terminado su vida laboral. Para qué andarse con chiquitas, y poner parches como el de la escandalosa reforma de las pensiones aprobada recientemente.
Para que el asunto no sea tan traumático a nuestros pensionistas se les puede dar la opción de abandonar el país en un año máxime, o renunciar al dinero que les corresponde por los años cotizados. Con este ajuste evitaremos terribles sufrimientos y proporcionaremos innumerables ventajas.

Imagínense la vida que le espera a una persona mayor de 70 años, con la pensión congelada y reducida más tarde, haciendo frente a las continuas subidas de los impuestos y de precios, y teniendo que pagar un seguro privado sanitario. ¡Qué horror!

El hecho de matar a los jubilados provocaría que el estado ahorrase un montón de dinero para seguir dándoselo a quien más tiene, y por otra parte este colectivo ahorraría en vejaciones, y en pasar penurias y calamidades. Un pequeño inconveniente sería la pérdida de votos para los partidos, aunque muchos de ellos les seguirían votando por costumbre, se podrían cubrir las pérdidas con los sufragios de todos aquellos que se han comprado casas con piscinas en barrios antaño marginales, que no pueden pagar, pero que a pesar de la crisis aún se consideran gente importante.

Esta solución drástica se aplicaría poco a poco, es decir, primero se mataría a los hombres, puesto que reciben pensiones más altas, después a las mujeres y viudas. Como gesto democrático de buena voluntad se dejaría con vida a una élite senil, las de lo que cobran más de un millón de euros de pensión, más que nada porque son los familiares y amigos de los que mandan y podríamos tener problemas con ellos.

Espero que mi idea se tomada en cuenta, y sea recompensado por ella, en otros tiempos me hubieran quemado en una hoguera en la plaza de pueblo, pero actualmente estoy seguro de que me darán una medalla o una consejería.

Hubo un tiempo en que los señores mayores formaban parte de los consejos de estado de las civilizaciones hegemónicas como la romana, en donde su opinión era tenida en alta consideración para el buen discurrir de los asuntos públicos.

En los países democráticos como el nuestro son una pesada carga para los gobiernos, que no quieren soportar, y por eso los maltratan, exprimen, y en un futuro, con sus medidas de ajustes y recortes, no muy lejano les matarán, y ni un poco de humor podrá salvarles, qué risa y qué tristeza a la vez.

Hecho este breve inciso, y minando la moral de aquellos que se pensaban que este era el artículo de la semana, sin más, esperando que les guste, y que les disguste, les dejo con:


LOS CARTELES DE LA COCINA

¡Ay madre de mi alma,
Espíritu de mis sueños,
Esencia de mi interior!
Me transmitiste lo más sagrado
Lleno de sutil amor

                             Jesús González

La estantería estaba inclinada, pero milagrosamente, a imagen y semejanza de la Torre de Pisa, los libros apilados en ella no se caían. Eran libros de filósofos célebres; Unamuno, Hobbes, Santo Tomás, Descartes, Platón, Marx, Voltaire… Personas de diferentes épocas y corrientes, y distintas ideas, las cuales tenían atrapadas a las hojas, que les hacían sobrevivir al pasado, y conservar su obra y su memoria.

El último piso daba forma a la esquina. Las ventanas abiertas, y el invisible golpeo del viento, provocaron el cierre violento de la puerta de su habitación, haciendo que fueran cayendo uno a uno los diferentes tomos. A la par se desplomaba un enorme elefante de porcelana que conservaba sus colmillos de marfil, y una cesta repleta de canicas multicolores.

Las bolas se deslizaron huérfanas de un gua por las baldosas marcando líneas en el suelo de la juventud más extrema del individuo que estaba limpiando. Las había de cristal transparente, de un color, de varios, y negras. Todas ellas dibujaban puntos en un campo de coordenadas imaginarias, de una diversidad divertida e infantil.

El hombre se guió por sus extremidades y comenzó a recoger las esferas pequeñas, parodiando las artes tradicionales de la recolección de la aceituna, con las dos manos y doblando el espinazo, hasta que sus dedos tropezaron de pleno con el pasado, el cual estaba contenido en una tarjeta, en un carné de instituto.

Los cuerpos cambian, las caras también. El chaval de la foto era él, pero no se sentía dentro de ella, no se reconocía a sí mismo. Era evidente que esa persona ya no existía, ahora era otra más mayor, con memoria, con tiempo, con menos vida, a la cual se le arremolinaban en el cerebro la nostalgia y el olvido.

Nuestro hombre cogió su juventud y la puso en el espejo al lado del retrato de su madre. Dos imágenes, dos caras de papel. Una le gustaba, la otra le dolía. Las dos se habían ido, las dos estaban muertas.

Los recuerdos se sucedieron más rápido de lo que la vejez destruye una célula, inundándole la cara con lágrimas de impotencia. La rabia se apoderó de todas sus terminaciones nerviosas el rato que tarda un cuerpo que se eleva en caer.

Nunca más podría estar con ella, y eso le enfadaba, a la vez que dejaba hueco, como un árbol muerto, el interior de su cuerpo, de sus órganos y entrañas, sus ojos y pestañas, sus labios y su lengua, sus brazos y sus piernas, de su tronco y espalda.

El aire se movía por la casa a ritmo de rock and roll, y él seguía en enfrente del espejo sin moverse, sin escuchar, sin fijarse en nada, centrado en su contorno. Miraba atentamente a la persona que estaba dentro, y creía que era él. No le reconocía, no tenía claro quién era el sujeto que no le quitaba ojo, y que repetía todos sus movimientos al revés.

El cuerpo que había desarrollado obedecía a duras penas las órdenes del cerebro, que era el que le hacía entender lo que era. Para qué buscar explicaciones a algo que no las tenía.
No sabía cual era el sentido de su existencia, ni el motivo por el cual le latía el corazón. Nunca le había gustado el mundo tan feo en el que vivía, y consideraba al ser humano la peor de las bestias. Cuando iba corriendo por el bosque, abrigado por la naturaleza, sentía ganas de morir, y pensaba que no había mejor lugar, rodeado de árboles y de animales, en plenitud y armonía, para hacerlo.

Los carteles que tenía pegados en la cocina le frenaban, y le aclaraban sus objetivos, y algunas de las causas por las cuales se levantaba por las mañanas luchando para que no le venciera el desengaño y la mentira.

Charlot, al lado de un niño, vigilados por un cruel e inmenso policía, le decía que los poderosos siempre se aprovechan de los pobres, y que esto no hay que permitirlo, y sí que hay que denunciarlo.

La CNT, y su póster de los inocentes, le hacían arquear la boca y dibujar una sonrisa en su cara, recordándole que las democracias son mentira, y que votar no sirve para nada, salvo para que los que más tienen aumenten su riqueza.

La postal de Chiapas le mostraba que el pueblo cuando se une tiene una posibilidad de que jamás sea vencido, con un lema del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, EZLN, “aquí manda el pueblo y el gobierno obedece”, que conseguía que sus neuronas se disparasen hacia el paraíso de la felicidad.

El mural de la Memoria no dejaba que la injusticia se quedará en el olvido. Las personas del mismo estaban excavando y sacando huesos de personas inocentes asesinadas a manos de un dictador y sus cómplices.

Al lado un periódico que ya no existe daba la noticia de que un juez, expulsado en la actualidad del sistema corrupto judicial, declaraba culpable de genocidio y crímenes contra la humanidad a Franco y su régimen.

La pegatina amarilla, en donde hay una papelera que contiene basura nuclear, y denuncia los ataques que sufre nuestro planeta, a la vez defiende los derechos de la naturaleza ante la continua agresión del hombre, le ocupaba el corazón, que desde muy niño le había hecho defender el planeta. El hundimiento del barco Rainbow Warriors que vio  por televisión fue clave en su furor ecologista, y el amarillo que llenaba sus ojos se lo recordaba continuamente.
El Gramma lanzaba flechas que no le apuntaban a él, y sí al amo del mundo. Sus puntas envenenadas llevan escritas palabras afiladas de insumisión al Tío Sam. Una suerte que haya países que no hayan cedido a la invitación estadounidense de ser sus esclavos.
Por último estaba Jim con sus DOORS, cantando en silencio, tatareando “the end”, el único amigo de nuestro protagonista, su bello amigo, sin límites ni sorpresas, suave y dulce, que nunca le olvida y que siempre le espera.

Un seguro final que el hijo desea que le reúna de nuevo con la madre, para así poder estar juntos, y poder hablar como siempre lo habían hecho, para así poderla contar que había sido fiel a sus principios, a sus ideas, que había estado del lado de los débiles y en contra de los poderosos, y para decirla cara a cara, cogiéndola de las manos, que había luchado por su amor, y por el de todo el mundo.

1 comentario:

  1. Monillo....te vas superando...esta vez me hiciste hasta reir!!! jajajaja

    Pd. Esta seccion no se llamaba Libertaria??? jajajaj

    El Anonimo

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