Hola amiguitos y amiguitas de PB digital, aquí estamos otra
vez, no dejándonos deprimir por las malas noticias, y recibiendo a la esperanza
con los brazos abiertos, les voy a hablar un poquito de lo que cuando yo era
joven se llamaba suburbano, sin más, esperando que os guste, y os disguste, os
dejo con:
METRO DE MADRID, “DISFRUTEN LAS MOLESTIAS”
Un
saludo a Tente, empleado del Metro de Madrid, y luchador por sus intereses y
derechos, y por los de todos, porque el que lucha por sus derechos lo hace por
los de todos, y el cual es sin duda buena gente que camina.
Estoy en el andén de la línea 9, dirección Mirasierra, mis
pensamientos se vacían por el tragadero de mi cabeza al oír una voz invisible.
Una señorita dice que con motivo de los paros convocados tal y cual día por el
comité de huelga habrá servicios mínimos que podré ver en tal y cual sitio, y
finaliza con la frase, “disfruten las molestias”.
Mis ojos estiran mis extensas cejas y mi sonrisa inunda mi
cara, y la de todos los presentes. “Tiene cojones, encima cachondeo”, pero ¿qué
es lo que he oído?, definitivamente estaba dormido, la dama sin rostro ha
dicho, ¡disculpen!, me da igual, me mola más “disfruten”, pienso, y me dispongo
a disfrutar de unas nuevas convocatorias de paros discontinuos.
Cómo pasa el tiempo, son ya más de dos meses de protestas de
los trabajadores, y es el mismo tiempo que el consejero (¿a qué viene ese
nombre?) de transportes no les ha hecho ni caso, dos posturas enfrentadas, dos
puntos de vista distintos, que nos son capaces de llegar a un acuerdo.
Hay tres partes protagonistas en el conflicto, trabajadores,
políticos y usuarios, y de los tres los más perjudicados son los últimos y los
primeros, los del medio todavía cuentan con la pequeña ayuda de los coches
oficiales.
Los trabajadores intentan hacernos entender que su lucha es
nuestra lucha, pero los pasquines informativos que entregan a la entrada de las
estaciones parecen estar escritos por sus peores enemigos, mal redactados, sin
las ideas claras, y mezclando churras con merinas, las churras hablan de la
estafa llamada crisis, y las merinas del incumplimiento del convenio y el
empeoramiento del servicio.
Los políticos, gracias a los miles de asesores que pagamos,
sin tener ni idea de lo que es un vagón, ni cuanto cuesta el metrobus, hablan
dando la sensación de que tienen toda la razón, y dejan caer la falacia de que
los empleados son unos privilegiados que lo único que buscan es mantener esos
privilegios.
A nuestro cerebro llega el envoltorio más bonito, el cual
irradia unos colores que nuestro iris no puede rechazar. El señor Cavero, con
traje, educado, y hablando desde la buena voluntad, nos ha convencido. Los
sindicalistas, con jersey, enervados, y gritando consignas y denuncias
atropelladas nos han irritado.
La verdad se encuentra detrás de los periódicos, en los
camerinos, debajo de los enseres de limpieza, y también en las taquillas
expendedoras de billetes, en las pocas que quedan con seres humanos dentro,
dispuesta a salir de las vías y llegar a los raíles de nuestra cabeza.
La realidad no engaña, y nos indica que la empresa firmó
unos convenios que no quiere cumplir, que por Real Decreto (por qué serán
reales cuando parecen de ciencia ficción) les han quitado la paga extra, que no
les suben los salarios como estaba estipulado, que hay la mitad de trenes
circulando, y de empleados atendiendo, que cuesta el triple, que las tarifas se
han incrementado en cuatro años un 200%, en definitiva que hay peor servicio
para el usuario, mientras que consejeros, asesores, es decir los políticos, no
sólo no han bajado su nivel de vida, sino que lo han visto incrementado.
Don Pablo tiene claras las consignas que tiene que
transmitir a la ciudadanía (qué bonito nombre, no para Wert), sus asesores han
hecho hincapié en que los trabajadores tienen que quedar de cara a la opinión
pública como unos caras y unos aprovechados, y ellos, nuestros gestores, como
víctimas indefensas ante brutales enemigos.
La palabra privilegio hace mucho tiempo que sólo tiene unos
dueños, y efectivamente no somos nosotros, y tampoco los trabajadores de metro,
que tienen que cumplir todos los días con su jornada laboral de ocho horas, y
con sus turnos correspondientes.
El hecho de que este colectivo tenga un convenio aceptable
es debido a que han tenido la suficiente valentía para unirse, organizar
sindicatos independientes de los estatales, crear una caja de resistencia
monetaria como previsión de posibles ataques a sus derechos, y luchar por
aquello que no consideran justo.
Esto no son privilegios son derechos, que ellos han logrado
mantener y que todos los asalariados deberíamos tener, por este motivo, su
pelea debe ser la nuestra, si ellos pierden, perdemos todos. No es una guerra
entre nosotros, es una batalla entre los que mandan e imponen y los que intentan
desobedecer sus órdenes.
Metro da mucho dinero, y no precisamente a sus empleados,
reparte dividendos a muchas empresas que
le suministran todo tipo de materiales y servicios, las cuales pertenecen a
familiares y miembros del partido que gobierna, ¿quién tiene privilegios
realmente?, ¿los parientes de los trabajadores, o los de los políticos?
Cuando estemos todos apretaditos en los andenes, en los
vagones, y lleguemos tarde a nuestro destino, intentemos cagarnos en la madre
que parió al político de turno, y no en la del que lleva el tren, porque el
primero tiene la intención de que calcemos todos las mismas alpargatas, y el
segundo intenta que por lo menos sean unas yumas de diferentes colores.
Suena el silbato, salgo corriendo, ¡por los pelos!, casi me
paso de estación, guardo el artículo que estaba revisando en el bolsillo de mi
chupa, salgo a la superficie a través de las escaleras que devoran hombres, el
cielo esta claro, rodeado de un halo negro, es invierno, han pasado trece años
del inicio del nuevo siglo, todo sigue igual, ellos arriba, nosotros caminando
a duras penas.
Acelero mi paso, saludo a mi izquierda, y a mi derecha
también, he dejado atrás el edificio de los bomberos “quemados”, detrás el
poli, luego iré a hacer unas pesas, son “privilegios” caros que todavía me
puedo permitir.
Llego al colegio, me voy al patio, siempre he detestado a
los profesores, sean o no buenas personas, mido el campo con mis pasos, planeo
ejercicios que más tarde llevaré a cabo, subo a clase esquivando la sala de
reuniones, saco el papel, lo dejo escondido entre actas de reuniones de padres
y programaciones de educación física.
Hace rato desconecté la música, pero continua sonando en mi
imaginación un estribillo, “enseña a tu hijo a amar la libertad”, si de Asfalto,
ya se que hay que vivir de otras cosas, pero nací, crecí, y moriré con esa
música. El rock madrileño después de treinta años sigue de plena actualidad,
debido al contenido de denuncia social de sus letras, y aunque no sea digno de
mención en programas de tributo.
Estoy con ellos y ellos conmigo, intercambio de vaciles y
bajamos al patio, los alumnos comienzan el calentamiento mientras yo les
observo, y por mis pies empieza a penetrar algo más incómodo que el frío, que
me recorre la espina dorsal y pinza mis sienes, es el miedo.
No son mis hijos, pero es el futuro, es la humanidad, y temo
que acaben convertidos en esclavos de última generación, recluidos al margen de
una sociedad que ya tiene previsto el lugar que ocuparán en ella. Giro la
cabeza, pego un grito a un despistado, los glóbulos rojos son transportados
velozmente por mi sangre, que llena con generosidad mis venas, a la vez que me
recuerda que tengo una cita con esta página, con la lucha, y con la justicia
social, y me amenaza con dejar de correr por mis entrañas si algún día me
olvido de ellos, y de los más débiles.
ANTONIO
CABRERO DÍAZ. TOÑÍN