Hola amiguitos y amiguitas de PB digital, aquí estamos otra
vez. A petición individual, por parte del Anónimo Escondido, he escrito un
breve relato sobre “Marco”, el protagonista de una serie de dibujos que en
nuestra infancia provocó que miles de lágrimas recorrieran nuestro rostro.
Si a
alguien más le apetece que escriba sobre un tema concreto, o un artículo a la
carta, no tiene más que pedirlo, y su deseo será concedido de forma inmediata. Sin
más, esperando que les guste, y que les disguste, les dejo con:
MARCO. DE LOS ANDES A LOS APENINOS
En un puerto sudamericano al pie de las montañas vive
nuestro amigo Marco en una humilde morada. Se levanta muy temprano, antes de
que cante el gallo, para ayudar a su pobre mamá, y a su pobre papá.
Nuestro niño no va a la escuela. Es el mayor de cinco
hermanos. Sus padres tienen un sueldo miserable, y a él le toca aportar unos
soles para que la comida pueda llegar a la boca de todos. Trabaja la mayor
parte del día haciendo ladrillos, y gana lo que un niño de clase media de
Europa se gasta en chucherías.
Un día la tristeza le embargó aún más si cabe su corazón, su
mamá tuvo que partir muy lejos de allí. Él le grito incesantemente, “¡no te
vayas mamá!, ¡no te vayas de aquí!, ¡no te alejes de mí!, ¡allí donde estés te
encontraré!
Vio alejarse al barco rumbo al paraíso de las oportunidades,
dejando los imponentes Andes en minúsculos detalles geográficos. Observó que
sus manos buscaban cariño en el aire, se movían para encontrar su cuerpo, para
poder estrecharla en unos brazos que ya la echaban de menos.
Pasaron los días, los meses, y los años, y pocas noticias
tenían de ella. De forma periódica recibían un giro postal con dinero, y las
llamadas telefónicas que el padre recepcionaba en su corazón y se las trasmitía
aproximando la realidad del ausente, que hacía que estuviera cerca estando tan
lejos.
Ante la desesperación de no poder verla, y la noticia de que
todavía tardaría más años en volver, decidió ir a buscarla. No le hizo falta ir
de polizón en un barco, ni colarse en un aeropuerto entre la gente. Su tío
decidió hacer las maletas y llevárselo a él consigo. La familia necesitaba más
plata y cuantos más la pudiesen enviar desde Europa mejor.
Así que Marco cogió a su mascota, su mono Amedio, y volaron
rumbo a los Apeninos en busca de un futuro lleno de oportunidades. En su país
se quedaba el padre y resto de hermanos, una familia desestructurada por el
progreso y el avance que les iba a proporcionar el sueño americano, bueno en
este caso el europeo.
El infante sin sangre azul finalmente llegó a su destino. En
el desembarque de pasajeros les esperaba un control policial. Entrega de
pasaportes, y permiso de visita como turista, nada de quedarse más de quince
días. Después del manoseo de los cuerpos y equipajes vino el requisamiento de
la mascota, y es que lamentablemente no tenía ningún permiso para introducir
animales de los llamados “exóticos”.
Este duro golpe no fue el peor. Quedarse sin Amedio para
siempre, porque su destino seguro sería una cárcel para animales, llamada zoo,
sería el aperitivo de un cúmulo de desafortunadas sorpresas.
Su madre no estaba esperándoles a su llegada. Tenían su
dirección y su teléfono. Ante las llamadas del tío Kevin no recibían
contestación. Insistieron una y otra vez, pero sin resultado. ¿Qué podría
pasarle?, igual estaba trabajando. En sus cartas contaba que su jornada laboral
era de más de doce horas, que hacía que llegara a casa agotada, y con las
fuerzas justas para cenar un poco y acostarse.
El taxi les iba sacando del centro de la ciudad, y
llevándolos a las afueras, en donde las casas no eran tan bonitas como las que
se habían posado en sus sorprendidos ojos. Eran barrios con muchos edificios,
muy juntos, con columnas que parecían paneles de abejas. No había espacio entre
ellos, y apenas quedaban rectángulos para que los ocuparan árboles, jardines, o
minúsculos juegos para niños.
Estaban en el portal, delante de un portero que no era una
persona, era automático. Llamaron al piso que venía escrito en el papel. Les
contestó una voz desconocida que les invitó a subir. Después de cinco pisos sin
ascensor les esperaba el final feliz que tanto esfuerzo y penurias les había
costado.
Les recibió una señora en bata, de la edad de su madre, de
un país diferente al suyo, pero que hablaba el mismo idioma con distinto
acento. Les dijo que se sentaran, que les tenía que contar algo grave que había
pasado.
En el salón, después de una taza de mate, la señora les
narró que la madre de nuestro amigo Marco trabajaba limpiando varias casas,
tarea que le ocupaba la mayor parte del día, como ella les había contado, pero
que no tenía contrato ni permiso de trabajo, ni de residencia, vamos que era
una inmigrante “ilegal”.
Al hijo y al hermano se les nubló la vista, sabían lo que
hacían a los “ilegales” en USA, los dejaba morir en el desierto o los
encarcelaban. ¿No habrían tirado a su madre al mar? El miedo y la angustia les
llevaron a agarrar fuerte de las manos a la hospitalaria compañera de piso y
pedirla que dotara de urgencia a su lengua para acabar con una incertidumbre
nada esperanzadora.
Katy les dijo que se tranquilizaran, que por supuesto que
estaba viva, y que continuaba en el país. Lo que había ocurrido es que un día
cuando salía del metro, viniendo de trabajar, de hacer lo que los de allí no
querían, se topó con un control racista de policía. La pararon por el color de
su piel, que tristemente no era blanco, la pidieron la documentación, y al no
estar en regla se la llevaron a un centro de internamiento de extranjeros
(CIE), en donde llevaba recluida más de treinta días a espera de la expulsión a
su país de origen, o su puesta en libertad.
“Mi madre en la cárcel”, gritó nuestro protagonista con
rabia. “Pero, ¿qué delito ha cometido?, ¿se ha metido en drogas?, ¿ha
blanqueado dinero?, ¿no habrá matado a alguien?”, miles de preguntas salían
atropelladas de su temblorosa boca.
“No hijo no”, le contestó la dulce señora, “simplemente no
tenía papeles, y esto aquí es sinónimo de prisión. Es una simple falta
administrativa que ellos la convierten en un delito, que hace que te metan en
un centro, que en realidad es una cárcel, quebrantando todos tus derechos
humanos, legales, y sociales”.
Fueron a verla, la esperaron, y pasado un mes volvieron
todos a su país. No querían estar ni un minuto más en un continente tan olvidadizo,
egoísta y cruel, y con una memoria tan frágil. Ya no se acordaban allí de
cuando eran ellos los que emigraban de los Apeninos a los Andes, y que cuando
lo hicieron nadie les encarceló, ni pegó, ni insultó, y si se les ayudó y
recibió con los brazos abiertos.
Ahora Marco y su madre están juntos, con sus hermanos y su
padre. También Amedio esta con ellos, en un golpe de suerte se escapó de su
jaula y su fantástico olfato le llevó hasta encontrarle. Son felices, ya no
creen en el sueño con el que la televisión les envenenó la cabeza, y que tantos
disgustos les causó. Viven en una casita humilde, comen todos los días pollo y
arroz, y algo de verduras y pescado, no tienen mucho. ¿o quizás sí? Se tienen a
ellos, su amor, y tienen algo muy importante que les quisieron arrebatar en el
mundo del progreso y la modernidad, ¡DIGNIDAD!
ANTONIO CABRERO
DÍAZ. TOÑÍN
Muy bueno monillo.... aunque acabas muy pronto con tu personaje!!! jajajaja
ResponderEliminarEl anonimo
Mi mono amedio y yo. ....................
ResponderEliminarEres la hostia Toñín. Ayer esquiando en los Alpes y con 15 grados bajo cero no sé porqué me puse a cantar en el telesilla a los niños, mi mono Amedio y yo... Llevaba sin acordarme de esta serie con la que tanto lloré muchísimos años, por lo menos 25. Y ahora me conecto y resulta que estás tu hablando del tema. Fue la última serie que ví en España en el 83 y Mazinger Z, puños fuera!!! A ver si escribes algo sobre eso
ResponderEliminarUn abrazo
Satur
Monsieur Satur... te llegó mi @ q te envié despues de reyes?????
ResponderEliminarsino mandame tu correo de nuevo...
Q bien vendria un Mazinger Z de esos ahora... Y que sacara los puños a pasear para ventilarse atanto corrupto de mierda...
albertillo
Toñin,siguiendo con el hilo a ti lo que de verdad te pega con lo rudo que eres es Candy,Candy,jeje
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